sábado, 11 de octubre de 2014

ACUERDOS COMERCIALES ESPURIOS

11 de Octubre de 2014
Por: Javier Orozco Peñaranda
Colectivo de Colombianos-as Refugiados en Asturias “Luciano Romero Molina”

No sale Colombia de medio siglo de conflicto armado interno por la exclusión violenta del campesinado, cuando caen aprovechando las oportunidades de la guerra los buitres del capital financiero internacional y las multinacionales a bordo de los Tratados de Libre Comercio.

Un tratado fue suscrito con los Estados Unidos y  el otro entre Colombia y Perú con la Unión Europea. Ambos imponen políticas comerciales, financieras y de inversión, profundamente injustas para nuestros pueblos.

Los dos tratados con economías asimétricas resultaron leoninos para los colombianos. Fueron negociados en secreto con el lobby de las multinacionales y ninguno fue consultado con la población, ni discutido en el Congreso de la República, a pesar de que destruyen la soberanía alimentaria, abren puertas a las privatizaciones eternas de servicios públicos esenciales como el agua, la energía, el saneamiento, las comunicaciones, enquistan el trabajo sin derechos, entregan los territorios y los recursos naturales del país a la voracidad de unas corporaciones a las que se les  garantizan ganancias, seguridad física, financiera y jurídica, sin someterse ellas a controles de ningún tipo, ni asumir responsabilidad por el impacto de su actividad, ni por el terror paramilitar que las defiende.   
Bocados de cardenal para el capital gringo y para el europeo convertido en potencia subordinada que  regresa en plan neocolonial.  
Pretendían y consiguieron la máxima liberalización comercial, incluyendo los servicios y la desregulación de las inversiones. En política eso es pasar el poder de los gobiernos elegidos a agentes económicos como las transnacionales, que ponen el beneficio por encima de los derechos  humanos y del medio ambiente.
Los dos acuerdos comerciales se firmaron con un país del que se sabe que está en guerra hace medio siglo, en el que se violan los derechos humanos de manera impune, sistemática y masiva. Sin embargo tuvieron los hígados para hacer negocios encima de tres mil sindicalistas asesinados-as, seis millones de personas  desplazadas y despojadas de sus tierras, decenas de miles desaparecidas, miles más encarceladas  o amenazadas -hasta el momento- por oponerse al saqueo, a la violencia impune con que se  ejecuta,  a la injusticia social y la devastación  resultante.

Los dos tratados tienen clausulas de salvaguarda para los derechos humanos, introducidas por la movilización sostenida y valiente del pueblo colombiano, y por el trabajo solidario, sistemático,  de personas, organizaciones sindicales , ongs y partidos de izquierda  en el ámbito internacional, en la última década.

El tratado con los Estados Unidos tenía como requisito el Plan de Acción Laboral conocido como el Plan Obama-Santos, para el respeto de los derechos laborales y sindicales. Pero durante su vigencia han sido asesinados 81 sindicalistas y centenares amenazados. En cuanto al tratado con la Unión Europea ratificado en mayo del 2013 en el Congreso español con los votos del PP, PPSOE, CIU y PNV, y el rechazo de Izquierda Plural, ERC, CC y Amaiur, entró en vigencia hace 14 meses y tiene una cláusula con propósitos similares e idénticos resultados.

Desde la entrada en vigor de los TLC la situación de los derechos humanos en Colombia ha empeorado[1]. Se incrementaron las persecuciones, las amenazas,  atentados y asesinatos de sindicalistas, defensores-as de los derechos humanos, reclamantes de tierras, dirigentes campesinos-as, indígenas y negros, así como ambientalistas que se oponen a la gran minería y a las represas. 

El Programa Somos Defensores[2] registró 30 asesinatos de defensores de los derechos humanos en el primer semestre de este año. La ONU denunció estos ataques y señaló que las medidas de protección otorgadas por el gobierno colombiano no son efectivas, llamó a ayudar a protegerlas.  La Central Unitaria de Trabajadores CUT [3] y un grupo de víctimas denunciaron 191 amenazas de muerte hace dos semanas. El gobierno está dejando sin esquema de seguridad a sindicalistas amenazados-as por oponerse al neocolonialismo. Cinco sindicalistas de CUT Colombia están refugiados temporalmente en Asturias, uno de ellos, maestro de escuela, sobrevivió a un atentado hace cinco meses, otro, un joven dirigente sindical campesino, está amenazado por militares y paramilitares por oponerse a la privatización del páramo del Sumapaz que provee de agua a Bogotá.

Como asunto funcional a las transnacionales el gobierno desprotege a los opositores amenazados y ponen  miles de soldados del ejército nacional a cuidar las infraestructuras de las corporaciones. Comunidades indígenas y campesinas -como en el Cauca y Catatumbo- exigen que se vayan de sus territorios. Padecen a diario graves abusos de las tropas  que ahora actúa también como un ejército de ocupación al servicio de intereses foráneos.   

Ambos tratados se dieron a conocer cuando ya estaban cocinados. Los dos fueron presentados en los medios como un aporte a la paz y al desarrollo de Colombia, gracias a la inversión internacional.
En la realidad se incrementó la producción  minera y la agricultura industrial,  y con ellas los problemas sociales y ambientales. Ambos tratados son hoy un desastre para los pueblos indígenas, los campesinos, los pequeños y medianos empresarios, los obreros y desposeídos urbanos sometidos a la informalidad laboral, al contrato basura y sin derechos,  al desplazamiento masivo, al hambre  y a la falta de garantías para el ejercicio de las libertades básicas incluidas las sindicales, en una democracia que hace tiempo criminalizó la protesta social para darle garantías a los inversionistas con la excusa de la seguridad nacional.  

Es un mal resultado, similar al de México y sus 20 años de tratado comercial con los Estados Unidos.
Estamos perdiendo el  derecho a producir y a comer alimentos sanos. Nuestra alimentación pasó de ser un derecho a convertirse en mercancía en manos de las transnacionales. Las importaciones sin aranceles de alimentos excedentarios y subsidiados en el norte están quebrando a los productores campesinos de maíz, papa, arroz, fríjol, trigo, sorgo, aves, cerdos, carne de res y  leche, pero los precios en los supermercados no bajan.

A espaldas nuestras y con el permiso del gobierno colombiano las multinacionales se repartieron el país. Amenazan con dejar sin territorio vital y exterminar a los pueblos indígenas, a las comunidades negras que han cuidado las selvas y la biodiversidad por siglos.

Los dos tratados resultaron ser armas de destrucción masiva de la economía campesina, de la soberanía alimentaria, de las culturas indígenas y del medio ambiente.  
Estos acuerdos privatizan a eternidad lo público, sobre todo las empresas rentables y estratégicas del estado, los servicios que son derechos como salud y la educación, los terrenos urbanos,  los territorios y los recursos naturales, el agua, los ríos, la tierra y las semillas… como respuesta a una agresión de ese tamaño los pueblos de Nuestra América se siguen levantando  con movilizaciones masivas, sostenidas, unitarias, contundentes. 

En agosto del año pasado durante 24 días decenas de miles de campesinos, indígenas, opositores de los tratados de libre comercio,  se movilizaron en 22 de departamentos de Colombia protestando por la imposición de un futuro de mayor miseria y destrucción ambiental. Doce fueron asesinados por la fuerza pública, 485 heridos, 262 detenidos, pero ya están convocándose pues la lucha contra estos tratados comerciales continúa  en todos los territorios donde ya no se acepta ser mayoría excluida, ni pueblo sobrante en su propia tierra.

A pesar de lo que costó incluirlas, las cláusulas de derechos humanos de los dos tratados no son efectivas porque no son vinculantes y aún no están claros los mecanismos para hacerlas valer.  Por eso fue una vergüenza que la Unión Europea, al día siguiente de recibir el Nobel de la Paz, aprovechara para ratificar el TLC con una Colombia en guerra.  

Estamos comprobando que el predicado del respeto por los derechos humanos y laborales era, como las promesas de desarrollo sostenible y empleo digno, otra farsa de este neoliberalismo violento y matrero que ofende a la dignidad y compromete el futuro de los pueblos.  

Viendo los resultados en México y Colombia se prenden con razón las alertas entre los pueblos de la Unión Europea por el secretismo y otras similitudes con el que avanzan las conversaciones para la imposición de un tratado de comercio con los Estados Unidos, lo que afectaría asuntos sensibles como la alimentación, la sanidad, los derechos laborales, la seguridad social  y lo que queda del estado del bienestar en Europa.

¡ Vienen a por todo ¡ gritaron multitudes hace diez años en un Oviedo tomado por las manifestaciones contra el ECOFIN y contra la guerra de Iraq.  
No podemos cerrar los ojos ante el poder desbordado que le dejamos a las transnacionales. Es una lucha global por nuestros derechos y por los de la Madre Tierra. En Nuestra América la movilización sostenida, mecanismos como la consulta popular, la consulta previa,  la huelga, la autogestión comunitaria, las diversas formas de resistencia dentro del territorio, la diversidad cultural,  los planes de vida colectivos, la pelea en las instituciones políticas y judiciales,  junto con la solidaridad internacional, han logrado parar muchas privatizaciones y despojos, proteger selvas y culturas. Pero la lucha sigue.

Sabemos que  las condiciones de vida de las próximas generaciones pueden empeorar mucho si permitimos que los pájaros del capital financiero y de las transnacionales  sigan imponiendo la injusticia y la destrucción ambiental en todo el planeta. Sus ganancias no son nuestro desvelo.  
   



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